25 may 2013

Reflexión sobre la Santísima Trinidad


D. Ignacio en este mes de mayo publicó en la Hoja Parroquial El Valle una enriquecedora reflexión sobre la Santísima Trinidad. Desde aquí le animamos a que edite de forma virtual esta maravilla de hoja parroquial porque nos puede ayudar en nuestra formación.


El 26 de este mes de mayo es la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Conviene hacer una pequeña meditación que nos acerque al Dios Trino en personas, tal como nos lo ha revelado Jesús: "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo Unigénito del Padre nos lo ha dado a conocer" (Ioh. 1, 18).

Se trata de una realidad fascinante que nos invita a la penetración de ese misterio inefable de la vida íntima de Dios. Hemos de tener en cuenta, sin embargo, que la revelación de la Trinidad nos es una verdad estática sino dinámica, con unas exigencias concretas para la vivencia habitual de nuestra fe. El Dios en quien nosotros creemos existe tripersonalmente, y la Sagrada Escritura nos lo muestra en su profundo dinamismo. Dios se expresa trinitariamente en su obrar con el hombre y para el hombre: El Padre envía al mundo su Hijo, no para juzgar el mundo sino para que el mundo se salve por Él; Padre e Hijo envían al Espíritu Santo, a quien se atribuye la plena santificación de las almas.

El hombre es imagen de la Trinidad.


Dios no dijo: "Hágase el hombre", como dijo: "Hágase la luz"; Dios no dijo: "Produzca la tierra hombres", como dijo: " Produzca la tierra hierba y árboles de toda clase"; Dios no dijo: "Haya hombres que pueblen la tierra", como dijo: "Haya peces que llenen los mares y aves que llenen el firmamento", Dios, el día sexto, como si la Trinidad se reuniese en consejo , dijo: "Hagamos al hombre". Es un tono personal, más íntimo, más denso. El parangón, el modelo, no lo toma de las cosas ya creadas. Dios mismo es el modelo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". El hombre es la semejanza de Dios.

Una escena del Evangelio: los fariseos preguntan a Jesús, si es lícito pagar tributos al César. Él les pidió una moneda del censo, y preguntó: "¿De quién es esta imagen?". Le dijeron que del César. Pues ya está; "dad al César lo que es del César". Pero, ¿de quién es imagen el hombre? De Dios. Pues dad a Dios lo que es de Dios lo que es de Dios. De Dios es el cuerpo con sus sentidos; de Dios es el alma con sus potencias. Todo es de Dios, todo debe llevar su sello divino.

Cuando una persona se entrega así a Dios, en alma y cuerpo, Dios toma posesión de ella. Es la inhabitación trinitaria, que arranca del bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que se da cuando el hombre tiene en su alma la gracia divina.

La inhabitación trinitaria incluye estos elementos:

1.- La liberación del pecado, ya que es propio de la amistad la eliminación de los agravios, de las ofensas.

2.- El andar en compañía del Amigo y conversar amigablemente con Él. Es la oración, el trato de amistad, la contemplación amorosa.

3.- Tener, con el Amigo, un mismo querer y un mismo sentir. Como dice Jesús: "Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos". Identificación con el querer de Dios: ¿Lo quieres, Señor? Yo también lo quiero.

Es claro que Dios habita en el alma como en un templo; lo dice San Pablo: "Vosotros sois templos del Dios vivo". Pues bien, un templo debe ser santo: "Domum meam decet sanctitudo", a mi Casa le conviene la santidad.

Para que el hombre llegue a la bienaventuranza divina que, por naturaleza, es propia de Dios Trinidad, necesita:

-mediante la perfección espiritual, (el ser) asemenjarse a Dios;

-actuar conforme a esa misma perfección de Espíritu (el obrar, que sigue al ser).

Es decir, vivir en gracia; vivir el dinamismo de la gracia.



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